Si bien estos planteamientos y definiciones acerca de la universidad estaban
presentes en toda esa época e incluso eran sostenidos con los primeros trabajos realizados
hacia la comunidad, fue definitivamente con la Reforma Universitaria de 1918 que se
cristalizó un modelo de universidad que incorporó, entre otros aspectos, la función de
extensión en toda su dimensión y con características propias como parte de la labor
permanente de la institución universitaria.
Tünnermann, consultor de Educación Superior de la UNESCO, dice:
El primer cuestionamiento serio de la universidad latinoamericana tradicional tuvo
lugar en 1918, año que tiene especial significación para nuestro continente, pues
señala, según algunos sociólogos e historiadores, el momento del verdadero
ingreso de América Latina el siglo XX. Las universidades latinoamericanas, como
fiel reflejo de las estructuras sociales que la Independencia no logró modificar,
seguían siendo los «virreinatos del espíritu» y conservaban, en esencia, su carácter
de academias señoriales. Eran, en realidad, «coloniales fuera de la colonia». La
primera confrontación entre la sociedad, que comenzaba a experimentar cambios
en su composición interna, y la universidad enquistada en esquemas obsoletos, se
concretó en el llamado Movimiento o Reforma de Córdoba. Por supuesto que tal
movimiento no puede ser examinado únicamente desde su ángulo académico
universitario, por importantes que sean los cambios que en este campo se
propiciaron. Necesariamente, es preciso considerarlo dentro del contexto
socioeconómico y político del cual brotó. La clase media fue, en realidad, el
protagonista clave del movimiento, en su afán por lograr acceso a la universidad,
hasta entonces controlada por la vieja oligarquía terrateniente y el clero. La
universidad aparecía, a los ojos de la nueva clase emergente, como el canal capaz
de permitir su ascenso político y social. De ahí que el movimiento propugnara por
derribar los muros anacrónicos que hacían de la universidad un coto cerrado de las
clases superiores. (2002:8)
De esta manera, el programa de la Reforma desbordó los aspectos puramente
docentes e incluyó toda una serie de planteamientos político–sociales que aparecieron ya
insinuados en el propio Manifiesto Liminar de los estudiantes cordobeses de 1918.
Continúa Tunnermann diciendo que:
El fortalecimiento de la función social de la universidad, vía protección de su
quehacer a la sociedad mediante los programas de Extensión Universitaria y
Difusión Cultural, figuró desde muy temprano entre los postulados de la reforma
de 1918. En realidad, la «misión social» de la universidad constituía el remante
programático de la reforma. De esta suerte, el movimiento agregó al tríptico
misional clásico de la universidad, un nuevo y prometedor cometido, capaz de
vincularla más estrechamente con la sociedad y sus problemas, de volcarla hacia
su pueblo, haciendo a este partícipe de su mensaje y transformándose en su
conciencia cívica y social. Acorde con esta aspiración, la reforma incorporó la
Extensión Universitaria y la Difusión Cultural entre las tareas normales de la
Universidad latinoamericana y propugnó por hacer de ella el centro por excelencia
para el estudio científico y objetivo de los grandes problemas nacionales. Toda la